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  1. Una forma hundida

    sobre un suelo de barro.

    La forma intuye, prolonga,

    se estría, y se inmiscuye

    en la luz del mediodía.

    Una forma desnuda,

    que implora, y reanuda,

    y une sus vértices

    hasta alcanzar sus contornos

    ideales.

    Es la realidad de un instante.

    Fulminado, cae a mis pies,

    la apariencia mutilada de un animal.

    La vieja higuera, se adentra a la selva.

    Ya hemos llegado-.



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  2. Podéis herirme de sombra

    el pecho,

    sangre. O aullar dentro

    de sus cabellos empecinados,

    en un túnel de voces que quebrante

    ley o amuletos. Sangre.

    Porque ya no me importa.

    Bogan antiguos obsequios, reliquias,

    verdeantes como césped, como anteriores

    arterias azules. Ahondan tan lejano

    su viaje marítimo que han de ahorcarse

    sus latidos. Los íntimos. Los que son profundos.

    Podéis ya, matarme. Con una escopeta

    vieja, con un cañón insensible. Es igual.

    Pétalos terrestres o llenos de arena,

    paladares hundidos en los metales del agua.

    Tenderé mi cuerpo sobre las mantas de seda

    de mi madre. Hilillos de sangre, animales,

    busco, pero lejos. Muy lejos.

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  3. Ya que has llorado tanto, tus lágrimas,

    como hojas devastadas en un charco,

    debieran constituir

    una especie de zafarrancho. Que no

    se queden mudas. Crear mil

    empalizadas, izar velas; cargar las bodegas

    con su sonido salvaje. Que no permanezcan

    en el más cruel de los olvidos. Combate

    y lucha, tu destino sea.



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  4. Anterior a las estrellas,

    estabas, tú, interior desfondado,

    minúscula admonición, compacta

    insinuación, tú. Oboe universo,

    negación o clima adverso, tú.

    Esófago de efigie dorada, víscera

    de corpulencia inaudita, en ti,

    pluralidades de bacterias, concluían

    su consumación sin horizonte.

    Tú, esbelta entre jardines y columnas,

    de anaranjado color, difuso.

    Jardines, vergeles de luz compasiva,

    entre espigas calcinadas, la corrosiva

    imposición de signos.

    Veías el porvenir con tu conjuración

    de obsesiones y círculos, oh, en latitud

    de enardecida ceniza convocada por el

    cenit.

    Vencías a la carne, tú, espíritu sometido

    al imperio de lo visible por instantes-.



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  5. De donde extraen falsos grupos

    en las avenidas atrofiadas de pájaros exangües

    donde dormitan lenguas mutiladas por los espasmos de una

    nariz, invaden la responsabilidad de una axila

    en su contraria exposición de imposibilidades lunares.

    Me encanta el sonido de las fuentes esenciales

    donde se produce la sangre en mitad de la carne,

    trituradoras moradoras del siglo sentenciado.

    Extirpan de mí las treguas alcanzadas

    flotan en el remanso las lenguas invasoras

    como pergaminos de sodio blanco o purísimo

    con su valentía castrada a ras de suelo.

    Me durmieron sus osadías bien administradas

    contemplando el resplandor de una molécula intermitente

    decidí el fallecimiento de mis hordas

    integradas por legítimas almas ofensivas.

    Oh, cómo iniciaron el rumbo del navío quisquilloso

    la formación de arrecifes insólitos, de espumas blancas

    y sangres níveas. Me acojo al sol bendito, por lunas

    o cráneos servidos en matorrales sin absenta.





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  6. Lavo mi esperanza sobre la piedra ornamental.

    Cubro los céspedes bajo magnéticas presencias,

    rubro de antaño mil mares en los ojos transmitidos.

    Busco los alegres días de anteayer, las lágrimas vencidas

    el reducto de las noches tras recibos bancarios.

    Los labios rotos por las lágrimas inclinadas sobre un eje

    de parcelas emisiones o retiradas de licencia

    las rodillas consumidas por fragancias intérpretes

    de ídolos desvaídos, me asombra la capacidad

    de estar vivo. Rebaños indoloros cremaciones cristales,

    bajezas vilmente constituidas, ojos que añoran los vínculos,

    esos iris manumitidos por las ranuras de los reptiles avejentados.

    Lavo mi esperanza en la tierra, sombra gestual de un único

    payaso, planicie enarbolada por antiguos mástiles perdidos,

    troncos desaparecidos en la marea estéril de los objetos que

    llevan su cintura hasta los pechos insolentes.

    Clavo el sueño en la mitad del cráneo

    sumido en mi amnesia temporal olvido las celestes cordilleras

    las colinas bajas los oteros descendidos

    hasta los lóbulos horizontales, y contraigo la aspereza

    del beso.

    Serpientes concluidas que atraen la cúpula del vértigo,

    áspides construidas por una mano gigante de terciopelo.



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  7. Existen tumultos de hojas,

    luz entre ellas, estambres decaídos,

    montones de alfalfa, ídolos derrumbados,

    serpientes de angostura y nicho, fábricas

    de límites, que al cuerpo se pegan,

    como tumbas persistentes.

    Existen esas delicadas hojas transparentes,

    cuyos nervios se adhieren a la derrota máxima

    de una ruta intersticial, y esas nubes tóxicas

    que producen nevadas y sangres y tórax.

    Leves mentalidades que provocan el óxido,

    puertas anchas que atravesar, odios disciplinados

    y valijas que albergan un desprecio consuetudinario.

    Existe ese labio infrecuente que propicia

    comunidades de ojos, iris invisibles, estaños

    de luna llena, rocíos que circulan como un metal

    por venas dilatadas, esa fiebre que agoniza

    en cada pájaro menstrual.
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  8. Viento, aire, ramas

    fulgores detenidos

    en las parras delicuescentes.

    Aire embarrado como anguila

    o serpiente desdibujada.

    Viento, cenizas, ramas

    aire invernal, de aquella madrugada.

    Solicito, implacable, un orden

    exiguo a mis convalecencias.

    Acecho en las primaveras contiguas,

    la vecindad de un otoño sin declive.

    De una vid sin la extrañeza de lo

    austero-.



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  9. Yo he visto, sin embargo, números oxidados

    tullirse junto a los largos lagos sin cráneo

    de la infancia, y un sonido de labios altivos,

    exuberantes, procurar la lascivia en los altillos

    y en las plazoletas de las gentes insomnes y crueles.

    Y en las avenidas sin misterio de ciudades,

    advertirse mutuamente viejos barberos de increíbles

    metamorfosis, monedas caer, como un ojo sin brillo,

    entre las teclas de un piano febril.

    He visto anuncios de maniquís soportar

    las excrecencias de un perfume derogado,

    y vomitar a los niños y a las niñas, sobre

    suelos empapados en vino y sangre.

    Y al frío, como un compás hirviendo,

    trazar su sonoridad de estornudos y de aves

    ingresadas en jaulas, tan grandes como edificios.

    Sollozar liturgias aleccionadoras

    de hembra estatua ante las cobradoras

    múltiples, coristas eternas, esfinges con plumas

    de planetas devastados, que ofrecen su vaso de menstruación

    a lobos de apetito desmesurado.



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  10. Entre valles industriales,

    juntábamos los cuerpos.

    Qué sé yo! Talles, cinturas,

    elasticidades sonoras y antiguas.

    Como dos frenéticos suicidas,

    nos ofrendábamos los besos ignorantes

    de la rabia y las mortificaciones

    posteriores. Perdiendo

    hasta la inocencia del olvido.

    Qué sé yo, cuerpos anudados,

    bajo el trallazo de los trenes.

    Y cada día olvido más.

    No es el olvido, estar muerto?

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  11. Borrada ya tu adolescencia,

    como un mito excesivamente

    recargado y santificado,

    te limitas a escuchar, en voz baja,

    una música cualquiera que te anime.

    De tu exilio voluntario te resta

    una memoria vulgar de acontecimientos

    tal vez venerables aunque estúpidos.

    Ni una sola frecuencia de voz

    ni tampoco una sola experiencia de amor,

    tu recuerdo halla o conserva. Mientes, o

    tu conciencia lo hace: algún deshilachado

    episodio, que a nada consistente responde.

    ¡Tantos ídolos que se han ido cayendo,

    como portadores de una enfermedad pestilente,

    y tantas molestias infatigables que te tomaste

    para reconstruirlos y salvarlos! Basta

    de consolaciones, quimeras, o resplandores

    exiguos: quedas tú, en pie, sobre la tierra-.

    ©
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  12. Escucho el rumor de las hojas.

    Predispuestas a su implacable desgaste.

    La noche acoge un millar de ruidos.

    Son sus grillos los que buscan entre las piedras,

    cabezas deshilachadas de alfileres neutros.

    Buscan en la negrura su vaivén de fiesta.

    Ponen máscara a la tiniebla final del tiempo.

    Son monstruos luciferinos los que acumulan

    las basuras llenas de juguetes y otros trastos inútiles.

    Se vacían por las alamedas los participios rotos

    y las escuelas llenan su circunferencia en la pizarra,

    con trozos de leña.

    Con vidrios partidos y ecuménicos sombreros.

    El rumor de las hojas me promete otros pasos.

    Aventura en mitad de la tierra, división de astros.

    Y me escupen a la cara viejas pasiones de ídolos muertos.

    Y me enseñan la marca antigua de su razón inevitable.

    Es el tiempo con su flauta de pan y su hogaza imperceptibles.

    Es el tiempo con su náusea diminuta contrayendo su vómito.

    Es el tiempo, con su flamígera adicción de máscara contraída.

    Y es el pecho que simula su vocación dormida.

    Como un agua que recorre los manantiales y los hace prósperos.

    Llegan de la noche ruidos y rumores partidos,

    omóplatos haciendo su esfuerzo, clavos ardiendo

    en mitad de la pasión, y ese fenómeno de estatuas

    brindando por su falta de educación.

    Es la duplicidad de un miembro.

    Es la comunicación de un vaso sanguíneo.

    Y es la culminación de un saco vacío

    contra las almendras de recipiente.



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  13. Liviana pasa la tarde.

    Quién sabe dónde se hallarán

    cuerpos y barros, luces y trozos

    de comida. Yo, sin embargo, como

    y degluto mi propia agonía, flores

    amarillas que visten mi luto.

    Sí, de dónde coger el tallo insepulto,

    la cintura elástica, el cuerpo sometido

    a vaivenes sin premura. Es hora

    de la adolescencia, para otros.

    Es hora del honor y de la rugidora

    tristeza para casi todos.

    Ya no hay cielo que asista

    ni tierra que albergue tanta destrucción.

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  14. Cada vida que sale,

    con los ojos hervidos,

    canta al dolor con los

    pies ungidos de rabia.

    En los pucheros, y en las catedrales,

    podrá estar Dios, mas en los saleros

    y en los viejos delantales de los pobres,

    nunca para el trigo de hacerse pan.

    Los tristes cancerberos de hojas sueltas,

    y páginas célebres, deberían saber cómo

    igualar la locura de algunos de sus aprendices.

    Qué fuera tomar las riendas

    de un mundo plagado de horrores.

    Sus medicamentos, sus aplazamientos,

    sus químicos contra la tos, parecerían

    sombrías negaciones del cuerpo y su poesía.

    Y en los labios, antiguas murmuraciones,

    de cal y de sol, planearían, como águilas

    asesinas, contra el mismo dios-.



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  15. Como un pez triste,

    que mordiera su cola,

    arrastro mi poca cordura,

    por las calles y los mercados.

    Doy rienda suelta a todas

    mis lágrimas, a todos mis llantos:
    por mi pueblo, cuando todavía era

    niño; por la vida, ahora que sólo son

    recuerdos, entre otros.

    Las acequias se llevaron, lavando,

    el barro de mis botas.

    La clarividencia de entonces,

    se esfumó en pequeñas desilusiones,

    intuiciones baratas.

    Mis labios no dieron más besos.

    Sé que me queda lo peor.

    Combate de cifras y sueños inalcanzables.

    Aún así combatiré

    esta voz fría y este otoño del corazón-.



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