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  1. "USA/ donde la libertad es una estatua".
    Nicanor Parra.





    En la Habana pareciera
    que las gotas de agua de la lluvia
    se detienen antes de llegar al suelo.

    Las agujas de los relojes
    marchan hacia atrás en el tiempo,
    se quedaron en la era dorada de la boina con estrella
    y la AK-47.

    En la isla se puede hablar de los sueños,
    pero se toma muy apecho
    la costumbre de defenderlos a muerte.

    En la Habana se construyó un muro
    para separar la idea del mar de la arena de las costas.
    Las disidencias
    se sientan en ese muro con profundas miradas,
    miradas que esconden siempre la misma incógnita:

    ¿será que allá donde se pierden los ojos
    la felicidad, todavía, es una mujer "estatua
    que se hace llamar Libertad?"



    danie, 5 de Febrero de 2017
    A ti, a entre paréntesis, a Guadalupe Cisneros-Villa y a 3 otros les gusta esto.
  2. Hoy retiré algunos estudios clínicos.
    Un par de minutos alcanzaron para perder de reojo
    todo lo alentador que podría gestarse el día.

    El TSH elevado en la sangre, la glándula tiroidea
    y más de lo mismo
    marcan siempre la diferencia en una larga batalla
    que reparte en mi cuerpo
    sus pancartas de dolor gratuito.

    En momentos así
    sólo me queda escuchar los viejos tangos de otra época.

    Y así con el pucho en la mano, mi compañero de consuelos baratos,
    me embarco en otro insensato positivismo, casi utópico.

    Verdaderamente los tangueros de antes
    sabían cómo levantar los difuntos espíritus
    con sus reflexiones de que el mundo, a pesar de todo,
    puede ser feliz en una esquina del arrabal.

    Luego en la noche, vaso de whisky por medio,
    me toca a mí descubrir
    cuál es esa esquina de la que tanto hablaron.


    2 de Enero de 2017
    A ti, a Rosmery Pinilla Acosta, a Sasha. y a 5 otros les gusta esto.
  3. Recuerdo bien lo sucedido, fue cuando salí del entierro de mi amigo Juan. Juan era una persona macanudisima que conocía de casi toda la vida y que aún hoy me resulta extraño cómo murió. En realidad, nadie dijo nunca cómo ocurrió eso, sólo me comentaron que de la noche a la mañana él desapareció y que habían encontrado toda la ropa que él llevaba (desde los zapatos hasta la gabardina que él siempre usaba con su billetera y su identificación) tirada en un zanjón de la calle. Salieron muchas suposiciones del asunto, que lo asaltaron, que lo secuestraron, pero ninguna teoría se volvió una certeza. La idea del robo era absurda ya que ningún delincuente iba a dejar tirada la billetera con todo el dinero de su sueldo recién cobrado. Y la idea del secuestro también no resultaba muy correcta, ya que al trascurrir los días nadie pidió una recompensa o nada por el estilo. El tema era que pasaron los meses y Juan jamás apareció. La policía ya lo había caratulado como un caso sin explicación, uno más de esos casos extraños que no se pueden resolver. La policía indagó por todos lados; familiares, amigos, compañeros laborales, a mí me preguntaron muchas veces si sabía algo del asunto, si alguna vez vi a Juan metido en algo raro, incluso hasta pensaron la idea de un ajuste de cuentas por parte de algún mafioso. Cosa que después se descartó, porque Juan no andaba en nada extraño. Juan era uno de los pocos tipos que iba del trabajo a la casa, y nada más, y algún que otro fin de semana se juntaba a comer un asadito con alguno de sus amigos. En términos sencillos, Juan era un pibe muy tranquilo.


    Recién después de los tres meses de la búsqueda de Juan, apareció el comentario de un viejo que decía que en su momento lo vio, o por lo menos vio a una persona que vestía su gabardina y que en la calle, con la lluvia, prácticamente se desintegró. Un comentario muy sospecho para la policía, porque era imposible considerar que esa versión fuera correcta. El viejo este, que luego de su declaración fue indagado miles de veces más, afirmaba que lo que decía era realmente lo que ocurrió o por lo menos lo que él vio, y que antes no había dicho nada porque él sabía que no le iban a creer.
    Yo no sé si el viejo ese decía la verdad o si estaba loco (más allá de que la historia es muy difícil de creer), pero si sé que se metió en un gran lío por esa declaración, ya que ahora está internado en el Borda y con custodia policial.


    Volviendo a cuando salí del cementerio, después del entierro de Juan, tipo las 18 hs, ya cansado, muy nostálgico y un poco molesto por la incómoda situación de presenciar la sepultura de un amigo, y más sabiendo lo inconcluso de aquella insólita pérdida me decidí a cortar camino para llegar lo más rápido posible a mi casa. Me metí por una cortada que nunca antes había tomado, pero que sabía que me sacaba directo a cuatro cuadras antes de mi casa. No me pregunten por qué sabía de esa cortada, digamos que era una especie de corazonada, o había algo que me decía que yo tenía que ir por ahí.


    Caminé unas largas cuadras, y a pesar que recién estaba atardeciendo, la noche se presentó con más rapidez en aquella cortada. Los edificios empezaron a tomar la forma de monumentos oscuros, incluso se parecían a inmensas lápidas. Por otro lado, debo decir que no encontraba una sola alma en la calle, yo solo estaba caminando en ese extraño lugar del barrio completamente desconocido para mí. Pero así y todo, a pesar del sombrío aspecto del lugar, no sentía temor, todo lo contrario, sentía la necesidad de seguir, de estar caminando ahí. Como si algo me llamaba inconscientemente y yo debía acudir en respuesta.


    Caminé más y más en aquel barrio desconocido, hasta detenerme en la boca de un pasillo completamente oscuro que nacía de una calle. De entre las penumbras pude oír un leve gemido, como si algún hombre se quejaba por alguna molestia. Sin pensarlo ni dudarlo siquiera me adentré en ese pasillo. Tal vez en otra ocasión ni hubiese estado en ese lugar, pero había algo completamente inexplicable que me decía que siga mis impulsos, que yo debía estar ahí y entrar en ese pasillo. Había algo que me llamaba, sin nombrarme, sin utilizar la voz, pero de alguna forma me hacía obedecer algún designio.


    Fue ahí, al final de ese pasillo, donde encontré en el suelo a un hombre. A pesar de la oscuridad, del cabello largo y enmarañado, de la ropa mojada y cubierta de barro, me di cuenta de que se trataba de una persona joven. Él no pareció darse cuenta de mi presencia. Pensé que lo más conveniente sería sacarlo de aquella humedad, pero cuando lo tomé por debajo de los brazos, el joven profirió un quejido lánguido, lastimoso. Traté de hacer que dijera algo, pero él no pronunció una sola palabra, sólo empezó a llorar un llanto largo y melancólico, como un llanto que más no se podía contener y que estuvo guardado por muchos años. Lo incorporé como pude y lo recosté sobre un árbol. Él no impidió que lo hiciera, pero tampoco hizo nada por ayudarse. Pensé en llevarlo hasta algún hospital, pero desde el lugar en que estaba, la distancia me pareció insalvable.
    A pesar de mi insistencia por intentar que aquel joven me diga algo, este no emitió palabra alguna, sus ojos se mantenían cerrados y su rostro parecía que estaba cubierto por alguna sustancia, como si fuera barro gelatinoso, una secreción oscura que le cubría todo el cuerpo.
    La llovizna que empezó a caer lo iba gastando, de la misma forma que se gastan las orillas de los ríos.


    Yo no comprendía mucho la situación, ni sabía qué era lo que le estaba pasando a aquel joven. Sólo entendía, que el muchacho estaba formado de barro o de algo muy similar a él. Parecía como si nada podía hacer, y también pensé que debería darle fin a la agonía del joven. Entonces lo tomé nuevamente entre mis brazos y lo expuse al castigo de la lluvia. Bien puedo decir que fue aquella la única vez que el muchacho hizo un gesto, como una expresión de agradecimiento. Ahí fue cuando por primera vez abrió los ojos y reflejó una pequeña sonrisa en su rostro.

    De a poco sus rastros se fueron borrando. Cada gota que le golpeaba lo roía y dejaba en el suelo un charco de agua embarrada y oscura. Lentamente sus quejidos se fueron apagando, y ello parecía ayudar a su consumación. El barro que se desprendía de su cuerpo caía por la vereda y se sumaba al que bajaba por la calle.
    Su muerte, su dilución fue insólita y también angustiosa, pero a la vez, parecía que al joven le resultaba confortable. Como si le estaba dando fin a una existencia penosa.
    Al final, sus ropas se desinflaron entre mis brazos, igual que un muñeco inflable que perdió todo el aire.


    Después de esa traumática situación me apresuré en llegar a mi hogar sin intentar pensar o detenerme en ningún sitio. Más luego, tendría tiempo para intentar comprender lo incomprensible. En ese momento sólo quería llegar, prepararme un té, calmar mis nervios y ducharme para quitar el barro que quedó de aquel sujeto, el cual ya se tornaba molesto en mi cuerpo.


    Cuando llegué a mi casa, con presteza abrí la puerta y me dirigí al baño, ya pasando la idea del té por alto, sólo tenía como meta ducharme y quitarme todo ese barro que prácticamente comenzó a quemarme. Así empecé a quitarme la ropa mientras a su vez, con desesperación, abrí los grifos.


    Estimados lectores, lo que después ocurrió, hasta a mí me cuesta narrarlo por todo el dolor sentido. En términos sencillos, podría decir que la presión del agua de la ducha me comenzó a quemar incluso aún más que el barro que sentía. Y no fue necesariamente porque el agua se encontraba caliente. Fue porque parte de mi cuerpo se desprendía y se estaba yendo por la rejilla del baño. En ese momento me miré al espejo y me di cuenta que por alguna causa inexplicable yo también estaba formado de barro, igual que aquel joven que no conocía, igual que mi amigo que desapareció de forma misteriosa.


    Fin.


    danie, 11 de Octubre de 2016
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  4. Es mejor gastar los años
    que almacenarlos hasta que se hinchen
    por estar en remojo.

    Como una lagartija que sin hacer nada
    se quema bajo la piel del intenso sol
    y de la misma forma que un jilguero
    que revienta su pecho por silbar
    todo un concierto ante el hartazgo de las estrellas

    inútil es mi sinsabor de la espera…

    Llego a casa después de la jornada laboral.
    Cierro las persianas
    no vaya a querer filtrase la luz
    o que alguno llegue a espiar las muecas de mi bochorno.

    Enciendo un cigarrillo y me cruzo de brazos.

    Entre insultos y maldiciones
    miro el débil brote
    que no se molesta en crecer un milímetro más
    en la latita de arvejas
    envuelto en el papel canson.

    Lo miro por horas
    hasta que la soledad me empieza a guiñar el ojo
    desde un imaginario rincón.

    Escarbo en la raíz del pasado, siempre un poco más hondo,
    es cuestión/necesario que el fruto dulce/ amargo
    madure como
    las alas del dolor que vuelan sin prisa,
    como una hoja seca cayendo
    sin apuro en las garras del otoño.

    De repente empiezo a recordar la plaza de mi niñez.

    Siempre soleada, con agua y florida…
    las mañanas claras, los niños jugando,
    las viejas del barrio vendiendo rosas, pastelitos, globos de colores,
    limonadas y sonrisas.

    Me veo a mí
    revolcándome junto a mi cachorro labrador, ese mismo
    que encontré con mi padre dentro de una bolsa
    en un contenedor de basura
    en un crudo invierno.

    Mido el presente de la soledad con sus crecidas uñas de años
    y comparo los centímetros del sueño de ayer,
    los calendarios con sus cuatro estaciones,
    las horas de espera en los andenes
    y hasta los recorridos y apuradas de los expresos
    por no llegar a ningún sitio.

    Me doy cuenta
    que soy un poquito más pequeño que lo que era antes,

    pero incluso soy más grande
    que ese débil brote de la latita de arvejas…

    que, a todo esto, ha crecido 5 centímetros.



    danie, 2 de Marzo de 2018
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  5. "La Tierra es la cuna de la humanidad, pero no podemos vivir para siempre en una cuna."
    Konstantin Tsiolkovsky.

    Juan, mi tío, con poco tiempo viviendo en el barrio se ganó el apodo “el loco” y este se lo ganó por lo peculiares que eran sus trabajos. Con grandes conocimientos de mecánica, electrónica y herrería entre otras técnicas y labores que él ejercía abrió el más grande taller de Berazategui. Este taller tenía la particularidad de trabajar con lo que otros consideraban basura, para ser más exacto, Juan era un chatarrero, un chatarrero excepcional que podía hacer una obra de arte mediante el reciclaje de lo que los demás descartaban. Entre sus trabajos se encontraban esculturas magníficas, autos que funcionaban en perfecto estado, hasta una vez fabricó una pequeña avioneta con herrajes viejos y oxidados, la hélice de un ventilador antiguo y el motor de un Falcón. Mi tío era un genio y aún hoy yo no comprendo porque la gente lo caratulaba de loco, debe ser que su devoción al arte, a su extraño pero para nada errado concepto del arte, lo llevó a que él conviva constantemente con la chatarra. Sus trabajos era perfectos, pero estos le requerían mucho tiempo, demasiado tiempo. Él varias noches se las pasaba sin dormir para perfeccionar la entrega de sus obras. Por estas causas juntas con otras que yo desconozco la gente lo habrá considerado un loco, a eso también se le puede sumar la idea de trabajar con cosas que nadie quería. Yo más que un loco lo consideraba un verdadero mago.

    Otras de las tantas virtudes de mi tío fue que era un excelente lector y un gran investigador. Entre sus investigaciones hubo un par de años que se apasionó por la astronomía. Soñaba con la idea de hacer un viaje al espacio, ver a la tierra rotar en su eje, visitar la luna, presenciar de cerca el brillo de las estrellas y los meteoritos, cosas de ese estilo. En esos años, que creció su pasión por el universo, yo viví con él y prácticamente logró contagiarme con gran parte de esa entusiasta pasión. En ese tiempo le habrá sido fácil conseguirlo, porque yo tenía tan sólo 8 años y era muy apegado a él.

    La extraña historia de mi tío comienza cuando se le metió en la cabeza fabricar un cohete para surcar el universo. Él me decía que en 2 años lo iba a lograr y que me iba a llevar con él a hacer un viaje inolvidable. Otra cosa distinta era lo que me decía mi tía. María, mi tía me decía que era la idea de un viejo loco, que no me ilusione mucho porque era imposible que él lograra cumplir ese sueño.

    Sin importarle lo que diga su esposa María, Juan llenó la biblioteca con libros de astronomía y física cuántica. Libros que yo ni ojeaba, porque eran muy complejos para mí. Pero mi tío se los devoraba con afán. En esos dos años mi tío no agarró ningún trabajo por más importante que este sea. Recuerdo que el mismo intendente le hizo varios encargues de monumentos o algo por el estilo, pero mi tío rechazó todos los pedidos. Él le decía a todo el mundo que quería concentrarse únicamente en la elaboración del cohete, y ahí fue cuando la gente comenzó más a hablar. Yo creo que los soñadores tienen mucho de loco, y mi tío tiene mucho de soñador, cosa que no siempre comprende la masa popular.

    Así mi tío emprendió la gran labor de construir su preciado cohete. Gastó gran parte de sus ahorros en él, obviamente sin el consentimiento de mi tía. Podría decir que fue el primer trabajo que él fabricó no sólo usando la chatarra sino también otros elementos sumamente costosos que pedía, creo que a Norteamérica, elementos complejos para la elaboración de su proyecto. Cuando mi tía se dio cuenta, esto fue todo un tema que trajo muchas discusiones en las noches.

    Yo recuerdo bien que no dejaba que nadie se acerque a donde él fabricaba el cohete, es más el cohete estaba en el taller y mi tío era el único que tenía la llave. Incluso tapó las ventanas con pedazos de lona para que nadie vea sus avances. Él decía que no quería mostrarle su obra a nadie hasta que no esté terminada.

    Finalmente, ya llegando a casi cumplirse los 2 años de prorroga que mi tío había establecido, nos dijo a mi tía y a mí que su tarea pronto se terminaría, y que yo lo podré acompañar al espacio. En esos momentos fue cuando mi tía se empezó a preocupar, lo anterior eran pavadas comparado con la posibilidad de que Juan cumpla su sueño y el peligro que esto conllevaría. Ella pensaba, suponiendo el caso de que logré construir un cohete que funcione, que ese viaje debería ser muy peligroso. Y hasta pensaba la posibilidad de que algo podría salir mal en el despegue o incluso volando en el espacio. Estos temores lógicos de mi tía, se volvieron momentos dramáticos y le suplicó muchas veces a mi tío que desista de su sueño. Mi tío la intentó tranquilizar un par de veces diciéndole:

    —Querida María, no te preocupes, todo estará bien. Yo sé lo que hago. Ten fe en mí que jamás te defraudé.

    Mi tía tenía fe en él, sabía que era un genio, pero a su vez tenía mucho temor por algo que en el viaje nos podría pasar, y desde esos días todas las noches empezó a rezar por nosotros, incluso antes del famoso viaje.

    Así llegó el tan esperado día, el momento en que Juan nos mostraría el cohete y este así lo hizo.

    El cohete era enorme, por fuera era igual al que trasmite la NASA en sus despegues por la televisión, tal vez un poco más pequeño pero no se notaba la diferencia. Por dentro tenía algunas modificaciones más significativas, se notaba que estaba hecho de forma casera como por ejemplo las butacas eran las de un Fiat 128, los reguladores de oxígeno eran las boquillas que usan los buzos, el tablero de control se componía por el volante de un auto de carreras y un teclado fabricado con varias tipos de computadoras domésticas, cosas de ese estilo que mi tío decía que funcionaban de la misma forma, y a mí, en verdad, mucho no me importaba; yo al igual que mi tío sólo quería viajar al espacio.

    Cuando terminó de mostrarnos el cohete nos dijo que el viaje duraría 7 días, y en esos 7 días veríamos casi todo el universo, no todo el universo porque este es infinito, pero la mayor parte de él. También hizo hincapié en la comida de esos 7 días y debo decir que mi tío se percató de que sea comida de astronautas, así que eran pastillas (cápsulas de proteínas y alimentos deshidratados) no muy sabrosas comparándolas con la comida casera de mi tía, pero eso era un menor detalle.

    No puedo olvidar el día del despegue, la emoción que sentí en ese momento me permitió hasta el día de hoy recordarlo de forma nítida, como si hubiese sido ayer. El estruendo generado por los propulsores duró un par de minutos, y estos le generaron una gran sacudida al cohete o por lo menos a la cabina en donde nosotros estábamos. Después de eso fue todo silencio, y en ese silencio mi tío me dijo que estábamos volando, que ya habíamos despegado y estábamos saliendo de la estratosfera. Así él corrió las cortinas de las escotillas y yo pude ver el espacio. Lo primero que vi fue a la tierra desde arriba, era hermosa y me trajo una sensación casi inexplicable de suma gratitud. A medida que íbamos adentrándonos en el universo podíamos ver los distintos matices que tomaba el planeta tierra, luego le tocó el turno a la luna, nuestro satélite. Ahí fue cuando le dije a mi tío si podíamos hacer una parada. Este me dijo que era imposible que descendamos en la luna, pero que podíamos disfrutar toda su magnificencia desde arriba. Otra cosa que le pregunté a mi tío es cómo solucionó el problema de no tener atmósfera, pues a pesar de que yo era muy pequeño sabía que las cosas tendrían que flotar como ocurría en las películas de viajes al espacio. Él me dijo que había solucionado ese problema fabricando una cabina hermética que contenía la atmósfera terrestre y por tal el oxígeno necesario, que por eso solamente podríamos viajar 7 días. Mi tío pensaba en todo, era un genio al que no se le escapaba nada, y yo en esa época era muy preguntón; pero a pesar de que lo bombardeaba con preguntas él siempre tenía una respuesta que me convencía y me dejaba tranquilo. Él hizo de aquel viaje una maravilla para mí y puedo decir que gracias a ese viaje conocí gran parte del universo.

    Ahora, estimados lectores, me veo en la obligación de quitar un poco el mito de esta historia y contarles que la verdad del asunto es que ese viaje fue ficticio. Un par de años más tarde, cuando ya estaba más crecido me enteré de esto. Pero para mí, para ese momento, era completamente real, mi tío lo había hecho posible mediante truquitos de escenografía al mejor estilo hollywodense, así había puesto videos para que yo viera el universo desde las escotillas, había ambientado con el sonido y las vibraciones necesarias mediante motores de autos y un magnetofón, y se encargó de toda la escenificación necesaria para que yo por esos 7 días me sienta en la piel de un completo astronauta. Hasta mi tía pensaba que era un viaje real el que íbamos hacer hasta el momento del despegue. Todo para que yo consiga captar la veracidad del hecho. Y mi tío, como todo lo que se propone hacer, lo logró.

    Aún hoy, yo ya siendo grande, veo el cohete en el taller de mi tío y debes en cuando me dan ganas de pedirle que hagamos un viajecito de esos, de esos de 7 días para recordar buenos momentos.

    Recuerdo que una tarde, después de que pasó bastante tiempo y yo ya sabiendo la verdad, mi tía le preguntó para qué se puso en tremendos gastos si al final no viajamos al espacio, y él le respondió:

    —Querida María, no tiene precio alguno cumplir el sueño de un niño.

    Fin.



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  6. Crea un avión de papel y da la vuelta al mundo,
    hazlo sin llevar un mapa, solamente que tu instinto te guíe.

    Salta de un precipicio con un paracaídas
    y a la vez bebiendo una cerveza.

    No leas a Coelho
    porque todo el mundo te lo dice, si lo haces,
    si lo haces…
    ve al baño a cagar por completo todo el sermón
    que te dio el cura el domingo.

    Ten un acto sexual con una veterana tetona,
    disfrútalo, págale,
    pero pídele un descuento.
    Luego, mastúrbate con una muñeca inflable y busca las diferencias
    entre una y otra.

    Piérdete en el Cedar Point a las 12 de la noche.
    Si el lugar está cerrado, pídeles que habrán para ti solo.

    Vuela sobre el lomo de una gaviota.

    Prueba el Sushi del ombligo de una odalisca.

    Has terapia con una psiquiatra que sea joven y sexi
    y logra irte sin pagar la consulta.

    Nunca se te ocurra ir a Disney World.

    Visita la tumba de Evita y déjale una rosa,
    pero no visites las tumbas de los famosos
    solo por el hecho
    de que todos los conocen.

    No entres a los codazos y gateando
    dentro una muchedumbre para llegar a destino.
    Si lo haces…
    procura que sangren un par de tabiques.

    Improvisa una obra de teatro en 15 minutos que trate sobre los fetiches.

    Fuma cigarrillos echado sobre el verde prado
    hasta que vuelen polillas en tus pulmones.

    Brinda con vino picado a la salud de la úlcera que tienes
    mientras fumas un habano del tamaño de Cincinnati.

    Hazte un tatuaje tumbero de una mujer desnuda en el brazo izquierdo.

    Córtale los frenos del auto a tu ex mujer. También a su amante.

    Boxea y noquea en un callejón oscuro a un crítico literario.

    Maneja un convertible de lujo a toda velocidad mientras sacas la cabeza por la ventanilla.
    Luego, llévate un parquímetro por delante al estacionar el auto.

    Trépate a un árbol y de la rama más alta
    flexiona con tus piernas quedando cabeza hacia abajo
    para ver el mundo al revés.

    Protesta en una marcha con pancartas aunque no sepas
    realmente porque se protesta.

    Y obviamente, escribe poesía, mucha poesía
    pero a pesar de lo que digan todos no la leas en voz alta.

    No te mueras sin antes cumplir estas metas,
    y si lo haces
    ven a la vida reencarnado en un gusano para poder terminarlas.


    danie, 13 de Junio de 2017
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  7. Félix toda su vida fue un tipo muy tranquilo y solitario. Él amaba la soledad, el mismo silencio lo relajaba. Sus preocupaciones no se escapaban de los puntos básicos con los que lo educaron sus padres: seriedad y dedicación al trabajo, respeto y extremo aseo personal. Sus actividades eran las vulgarmente cotidianas: levantarse todas las mañanas a las 7 en punto, ir a la oficina, leer un buen libro antes de cenar y acostarse no pasando las 22hs. Él tenía una vida normal, demasiada normal. Pero en un momento, lo normal, lo monótono en demasía cansa a cualquiera, y en especial a una persona tan restringida emocionalmente como lo era él. Su necesidad de truncar con la esterilidad de alguna de esas tantas fantasías, por años postergadas, lo llevó a tener un irreprimible deseo de romper con la monotonía y el vacío de su departamento. Siempre y cuando se rija bajo las costumbres éticas en las que fue criado. Por lo tanto, sin pensar en nada ostentoso, una tarde, a la salida de su trabajo, fue en busca de algo que llene un poco esa soledad en la que habitaba.

    En un primer momento pensó en cambiar las cortinas, parte del decorado, también algunos muebles que mucho no le agradaban. Pero, luego, se dio cuenta que eso no le daría lo que estaba buscando, y entonces se puso a buscar algo más exótico. Así caminó por todo el barrio chino buscando algo que le llame la atención para quitar un poco el vacío de su departamento. Y pensó: ¿qué mejor cosa que una planta para sentirse acompañado?

    A él, no le gradaban mucho las plantas, pero una planta era mejor que adquirir una mascota por la responsabilidad que conlleva. Por lo cual se centró en la búsqueda de alguna pequeña planta que lo fascine, ya sabiendo que esto no iba a ser una labor fácil por las pretensiones que él tenía.

    Debo decir que, sin mucho andar, quedó encantado a simple vista por una plantita que sobresalía con una extraña iluminación propia en un pasillo oscuro del barrio. Como si la planta lo estuviese buscando a él y no él a la planta.

    El local vendía todo tipo de objetos orientales, y en la parte superior de una baranda que daba a la terraza se encontraba esta hermosa planta. El vendedor, un viejo chino que apenas hablaba algunas palabras en español, le dijo que no la tenía a la venta. Así Félix desilusionado, ya cuando se marchaba, volteó la vista una vez más hacia arriba para ver nuevamente a la plante, y logró ver que su frondosidad se estiraba hacia la dirección en la que él estaba, como si con sus pequeños tallos lo estuviesen llamando. Era una plantita que brilla un color verde, por momentos, casi fosforescente. Una planta sumamente llamativa. A Félix le pareció ver que, a medida que él se alejaba, la planta se enroscaba en un pedazo de caña con una inusual expresión de delicadeza y hasta casi tristeza.

    Así Félix, convencido de que la tenía que adquirir por todos los medios posibles, volvió a entrar nuevamente al local a comerciar con el chino para que se la venda.

    El chino no quería venderla, le había dicho a Félix que no podía hacerlo por una especie de riesgo que la planta generaba, y es más; le comentó qué no sabía cómo había aparecido la planta en la baranda de la terraza, ya que él la había puesto en la baulera para que nadie la viera. Pero a Félix no le importaba mucho lo que le decía el chino, él quería la planta al precio que fuera, como si se hubiera enamorado a primera vista. Así Félix le ofreció al chino una suma monetaria, la cual el vendedor no podía rechazar. Digamos que la situación económica del chino no era muy buena, y medio dudando, este por fin aceptó. Pero antes le advirtió que la planta requería un trato diferente al resto de las normales plantas. Que él no se debía acercar muchas veces a la planta, que alcanzaba con que una sola vez al día la riegue y la abone, que prácticamente la planta no necesitaba luz solar ni nada por el estilo. Que tenga sumo cuidado con el trato que le diera a la planta, porque esta tenía un poder casi hipnótico; pues ese tipo de vegetación se alimentaría de toda la atención de la persona que la cuidara. Que prácticamente actué con indiferencia hacia la planta, y sobre todo jamás manifestara algún rastro de afecto, porque eso sería lo peor que él podría hacer.

    Félix no prestó atención a nada de lo que el chino le dijo, a él no le interesaba más nada, ya tenía a la planta consigo y ya estaba feliz por eso.

    Con una completa ingenuidad, y no sabiendo mucho sobre el cuidado de las plantas, Félix «quizá por una sensibilidad propia que le generaba esa planta» empezó un trato y un cuidado que se basaba en la íntima amistad con aquella planta. Al principio, le resultaba extraño sentir tanto afecto por un vegetal, aunque la idea del todo no le parecía tan ilógica, por más extraña que fuera. Ya que esa pequeña planta le llenaba ese espacio vacío que tenía o sentía con una satisfactoria alegría.

    A las pocas semanas de vivir con aquella planta, Amanda «así la nombró Félix» había cubierto parte de la ventana y se extendía por la pared casi llegando al techo. Su presencia le llegó a ser tan importante para Félix que este la trasladó de living hacia la habitación en la que dormía. Él sentía la imperiosa necesidad de dormir cerca de la exuberante y sensual Amanda. No exagero para nada al decir que Félix veía en aquella planta a medida que crecía la forma de una bella mujer. Sus tallos y hojas tomaban la forma de una voluptuosa joven, sus dos pequeños frutos del centro semejaban a dos grandes senos. Sus curvas en la noche eran una perfecta silueta de la feminidad.

    El amor inconsciente que Félix sentía por Amanda con pasos galopantes creció. Él con claridad se podía dar cuenta, que los tallos de Amanda, en vez de crecer buscando la luz del sol de la ventana, crecían en dirección hacia la cama como si fueran brazos que lo buscaban únicamente a él para darle una especie de afecto. Sin darse cuenta, calladamente, silenciosamente, él soportó por un tiempo, que le resultó interminable, una profunda angustia, quizá la angustia más terrible de su vida: él no se animaba a confesar su amor por Amanda; por saberla solamente una planta, un conjunto de hojas, de ramas, de savia sorda, muda, ciega. Y hasta se preguntaba muchas veces: ¿por qué Amanda no podía escucharlo? ¿Por qué no podía hablarle? Preguntas que lógicamente tenía la respuesta de que Amanda sólo era un vegetal.

    Una tarde, a la salida de la oficina, Félix llegó por completo mortificado por la angustia de saber que Amanda era tan distante, entró a su alcoba con el llanto reprimido en la garganta, al punto de desbordarse. Se arrodilló frente Amanda y abrazó su tallo. En ese momento sintió de una manera extraña, una sutil brisa. Una de las ramas se descolgó con suavidad, y como una especie de caricia de un ser divino, como un gesto angelical «así lo interpretó él» Amanda le acarició una mejilla y a la vez secó sus lágrimas. Ahí fue cuando tuvo la certeza de que Amanda lo escuchaba. Después de esa acción la amó, la amó locamente, enfermizamente. Desde esa tarde Amanda se volvió más que una planta, se volvió un ser que él podía acercarse y estrecharlo, y así recibir todo su calor de mujer.

    Sin decir palabras, sin teorizar ningún hecho Amanda y Félix habían creado un pacto secreto. Una relación íntima, al punto de volverse amantes. Se podría decir que el amor que se sentían crecía y él notaba un gran vínculo renovado de fuerte vitalidad. Si antes le parecía sensual y bella, después de lo ocurrido las formas de la planta se acentuaron aún más, sus dos frutos centrales asemejando unos pechos empezaron a crecer como enormes, suaves, elásticos senos. El departamento entero se colmó de su aroma, de su perfume de mujer. El amor de Félix creció tanto que hubo días en que simulaba algún malestar para salir antes del trabajo o incluso para faltar a su jornada y así aprovechar todo el día completo observando a Amanda. Él le relataba todas sus penas pasadas, las amarguras que había sufrido en silencio por no haberla conocido antes. Ella siempre se mantenía tan indulgente, tan serena, tan comprensiva. Amanda le respondía con un cálido silencio acogedor. Y así solía pasar mirándola horas como un enamorado que no se atreve a confesar su amor.

    Félix al despertar una mañana vio que Amanda, como nunca antes lo había hecho, estaba sobre él. La noche anterior Amanda había bloqueado con sus ramas las ventanas, las puertas, todas las entradas a la casa. Sus suaves extremidades arrollaron su cuerpo. Sintió sus pechos sobre los de él, y la opresión la sintió hermosa.
    Después de aquella vez no volvieron a ver a Félix ni en la calle ni en el trabajo.

    Un vecino alertado, por un inmenso follaje (más de dos metros de largo) que salía de una de las ventanas de la alcoba del departamento de Félix, llamó a la policía. Esta, cuando llegó al lugar, se encontró con que Félix murió, 3 días atrás, asfixiado por los exuberantes tallos de la asiática planta que envolvieron y apretaron todo su cuerpo. Fue tanto la presión que ejerció Amanda, la cual aún seguía creciendo, sobre Félix que en un punto logró romper más de 90 huesos de los 206 que tiene el cuerpo humano. La policía se asombró por el siniestro hallazgo y por el trabajo que le dio sacar el cadáver de ahí, ya que tuvieron que usar diferentes herramientas cortantes para desmalezar la propia enredadera que sujetaba el cuerpo. Los más insólito del hecho fue que cuando llegaron a descubrir de toda la maleza el rostro de Félix, en él encontraron la expresión de una gran sonrisa a pesar de lo dolorosa que tendría que haber sido su muerte.

    Fin.


    danie, 15 de Octubre de 2016
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  8. Dejo antes de entrar
    estas alas de reposo sonámbulo,
    un poco de aliento, los ejércitos de un latido,
    las manos apretujando fuertemente un adiós
    y la sangre del dedo
    al pincharme con el rosal.
    Dejo afuera de la casa estas cosas
    porque no es bueno que me inviten a cenar
    y cuando este en la mesa
    me ponga a repartir soledades
    como si fueran panes
    para el hambre.


    danie, 9 de Febrero de 2017
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  9. —Hijo mío, heredas la tierra —dijiste,
    y al mirarme
    me electrocutaste con un rayo.

    De una patada en el culo
    me mandaste a la tierra heredada;
    luego, me lanzaste una pala
    para que aprenda a cavar mi tumba.

    —Hijo mío, heredas la tierra —con voz ronca
    dijiste,
    y me obsequiaste el aire espeso
    como un tatuaje negro
    que se incrustó en el calendario.

    —Hijo mío, heredas la tierra —dijiste,
    y tus palabras atravesaron,
    de punta a punta, el hígado
    de mi fétido nacimiento.

    —Hijo mío, heredas la tierra —dijiste,
    y preparaste un banquete
    con mis costillas, mi fémur
    y la pesada cruz de mi espalda.

    Después, de un tiempo, decretaste
    que no era digno de tenerla,
    y de una patada en el culo
    me lanzaste a las llamas del horno.

    Hoy, ya dentro de la urna en el crematorio,
    puedo oír los rumores de los sepultureros
    afirmando
    que mi padre había rematado la tierra,
    incluso
    ................antes
    ...........................de que yo haya nacido.



    danie, 24 de Octubre de 2017
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  10. "SER INCOLORO
    (al conejito que se
    comía las uñas)

    tu opacidad quitará fuentes de verde jabón
    banderines colorados
    en mano derecha de uñas comidas."
    Alejandra Pizarnik.
    Hoy le escribo a esta letra escurridiza
    que se escapa del poema, causa perdida
    del hueco hondo de mis ojos.
    Quédate mojada en tu tinta
    como una estampa en los labios.
    Quédate humedecida
    como ese “Ser incoloro”, ese conejito
    tan íntimo de mi querida Alejandra que se comía las uñas.
    Resérvate empapada en rubor
    para aquellos lectores/amantes “de manos derechas
    de uñas comidas.”
    Aunque sé que no es posible… En las noches
    tienes la osada costumbre de dar vuelta
    la manivela de la historia,
    de derrochar todo el dolor parido en el abecedario.
    Sin pedir permiso alguno
    lames cada uno de los rincones de la casa
    y te deslizas hasta la alcoba, ahí,
    donde la memoria sacia la sangre,
    el músculo,
    la carne,
    .......la hoja y su blanca pausa,
    ................la piedra y su marmolado corazón…

    .......y desprendes un desgarrador aullido
    que fugas islas a bocas de lobos, montes a profundos mares,
    pájaros a incendiarios carmesíes del cielo.

    Letra que saltas de tu tinta y te vas
    para no ser otra sumisa vocal
    o tal vez ser otra amotinada consonante, otro ángel que bulle
    sus heridas abiertas con orgullo.

    Letra que te amas tanto
    que haces que el tiempo se acurruca y duerma,
    .........ahí,
    ................debajo de tus pies,
    ................debajo de la cama.




    danie, 14 de Diciembre de 2017
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  11. A Jaime Luis Huenún

    "Aquí, henos aquí,
    ya viudos de nuestros dioses,
    viudos del sol, del agua y de la luna llena." Jaime Luis Huenún.



    Bajo la niebla
    las pequeñas urbes
    son acero
    cortando a hieles las montañas.
    Las elípticas constelaciones de humo,
    silentes tácitos
    donde duerme lo qué fue una vez el relámpago.
    Hoy la lluvia
    moja con vergüenza el camino.
    Arenilla a mansalva
    sepultando un pueblo
    distingue el chamán
    sobre el fuego sagrado.

    Eluney “regalo del cielo” pregunta
    con voz tenue:
    —¿hasta cuándo el aire ácido?

    El ojo del chamán no mendiga aciertos
    y nosotros,
    como runas y cenizas del chesüngun,
    letras sangrantes de Jaime
    “viudos de los dioses,
    viudos del sol, del agua y de la luna llena”
    .

    El sol viejo
    pronto
    entre manufacturaras nubes
    se apagará.

    ¡Y los pájaros…?
    ¿Qué dios blanco
    nos arrebatará a los pájaros?



    danie, 21 de Diciembre de 2017
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  12. ...

    A José Luis Villegas...


    Aún recuerdo tu partida;
    ya se olía el perfume de la derrota cabalgando a la distancia,
    hace semanas que llevabas las ganas marcadas
    en la cara con un inflexible énfasis,
    con la tristeza enajenada de un fantasma.
    Pero, sinceramente, nadie podía pensar
    que tomarías fuerzas
    para tragarte de un sorbo toda la hiel de la vida.
    Y cuando hablo de la hiel,
    me imagino el trago más amargo que pueda haber.
    Porque, en verdad, la muerte no es ninguna pesada broma,
    no es un bostezo largo y profundo,
    no es un borrón y cuenta nueva,
    no es un solo cerillo que se apaga.
    Es la luz que se apaga en el mundo, es el mundo
    por completo en oscuro, es más que las cenizas,
    es el germen de la vida sin la esperanza del nacimiento.
    Por lo menos nos hubieses escrito, a todos nosotros,
    nos hubieses dicho que ya no podías más.
    Te hubieses desatado las muñecas,
    te hubieses aflojado las cintas, las heridas, los dolores del pecho.
    Hubieses gritado todo ese hospicio
    como lo hacías en tus poemas.
    Sí, Luis, te hubieses desahogado por un rato
    recordando viejos olvidos. Juntos, hubiésemos
    recordado que morirse sólo es para nuestras letras.
    Y tal vez
    los caballos de la furia “esa furia de un desbordado vaso”
    hubiesen saltado las rejas que te exiliaban
    para que, luego, los apagados días que nos dejaste
    no se vuelvan frías amarguras.
    Sinceramente, Luis, la muerte no es una idea…
    y tú lo sabías mejor que nadie; tú tenías ideas,
    y cuando no las tenías plagiabas a la vida.
    Esa parca vida que una vez te parió por el culo.
    Aún recuerdo que me dijiste: “somos hijos del culo”… y que incluso
    Cordera te robó la idea.
    ¡Cuánta razón tenías, Luis! Pero en lo que no tuviste razón
    es en morirte; y en hacerlo como alguien
    que se abre de piernas para dejar pasar la vida,
    como la terquedad del ojo que se confina a la oscuridad,
    como quien revienta en todo
    sin dar la posibilidad de la revancha.
    Sí, Luis, te rendiste en tu misión diaria
    de desbaratar a la muerte; y eso es dignificar
    hasta la propia idea de los vencidos.
    Luis, en tu eterno camino
    te llevaste las penas y tu soledad a cuesta
    sin siquiera chistar.


    25 de marzo del 2016.
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  13. Olor matutino/ olor a sangre desprendiéndose de los poros
    olor a sangre que ni la ducha ni el tiempo quita

    mezcla de sudor/ aserrín de carne/ tabaco
    y ásperas rutinas

    en el día la sierra corta y desmiembra las medias reses
    por turnos

    en el día el frío del congelador
    hermana los desnudos nudillos

    en el día las horas decantan
    en la palangana
    entre un mar de vísceras boqueando

    y en las noches yo sueño
    que duermo
    boca abajo/ ya sin sangre
    colgando del gancho.


    28 de Abril de 2016
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  14. ...

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  15. Recordás aquel cachorro de labrador que corría,
    saltaba sobre la falda, se cruzaba entre los pies
    y movía la cola. Toni se llamaba; ese mismo
    que dormía en la cama con vos, y en las noches veraniegas,
    cuando las voces familiares llegaban de sus mundos ajenos;
    el perrito ladraba de contento, y tú y él pugnaban por alzarse, a los saltos,
    a los brazos de tu padre que regresaba del Sur.
    De muy lejos, de ese extraño y escondido punto
    en la línea de tu infante conciencia.
    Recordás que un día volviste de tus juegos en el cañaveral y,
    Toni, no acudió a tu llamado; entonces
    te dijeron que se lo llevaron al Sur. A ese Sur
    que tanto frecuentaba en sus largos viajes tu padre.
    Y tú, con ingenuidad, preguntaste: ¿qué es el Sur?

    Hoy, ya crecido,
    el tiempo y los caminos, te dieron la dura respuesta.
    En estas áridas rutas, que recorres haciendo
    el mismo trabajo de tu padre,
    sólo crece la ceropegia enredada en el brillo remoto
    de una botella sepultada en el hastío.
    La muerte entre nopales
    cava tumbas de arena a su antojo
    y los cadáveres olvidados y sin historia,
    de uno en uno, son consumidos por el polvo.

    El Sur, el límite que divide la mierda y los calveros plagados de pulgas.
    Los dedos podridos
    y la gangrena que expande su enfermedad en el mapa.
    El nudo en el estómago por el hambre.
    La lengua extirpada para que sólo albergue el hosco silencio.
    El lugar en donde abandonan todo
    a la indolencia de algún dios. Las chatarreras
    y las plantas roídas por el óxido. El lugar de
    ...............................“las plantas mataperros…” (*)



    ***
    (*) Cita: Mataperros:
    Planta de la familia de las asclepiadáceas (Ceropegia dichotoma) con aspecto de cacto.
    Los tallos son cilíndricos y las hojas efímeras.

    25 de Octubre de 2017
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