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Dejá de versearme n°2: "Corte inusual"

Tema en 'Prosa: Cómicos' comenzado por D. A. Vasquez Rivero., 15 de Enero de 2017. Respuestas: 0 | Visitas: 1008

  1. D. A. Vasquez Rivero.

    D. A. Vasquez Rivero. Poeta recién llegado

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    CORTE INUSUAL
    Por D. A. Vasquez Rivero.

    Días atrás decidí "podar" mi lacia y sedosa melena azabache, realizándole un corte que, a primera vista, parecía bastante difícil de ejecutar por un peluquero tradicional. Estaba claro: no podía dejar semejante desafío bajo los sarmentosos dedos de "Yary", mi jardinero craneano de siempre, ya que en su oficio suele combinar las habilidades rápidas para el corte de un samuray con su katana, con el cobro desmedido de los drugstores después de medianoche. De todas formas, mi venerada esposa ya me lo había advertido apenas me mostró el diseño en la tablet: "No vayas con ese tipo, él solo sabe hacer cortes para hombres". No entendí muy bien qué me quiso decir con eso, pero me consolé con la idea de que, en última instancia, fue ella quien había insistido con este nuevo desmalezamiento.

    ¡Tarea dificíl si las hay la de encontrar un buen peluquero! Como primera medida, pensé en llamar a mi amigo Edward Manos de Tijera, pero luego desistí al recordar que había entrado en un estado depresivo y que últimamente solo se dedicaba a esculpir tétricas figuras con bloques de hielo. Más tarde llamé a un peluquero de Londres devenido en barbero, pero un amigo que tenemos en común me confesó que no me convenía ir a su local porque el señor Sweedney Todd, ahora subido sobre un pedestal ficticio de fama, solía arrancarles la cabeza a los clientes con el precio (al menos eso entendí por teléfono, la voz le temblaba mucho).
    Revolví mis neuronas y la guía comercial en una búsqueda infructuosa,
    hasta que me encontré con el aviso de un peluquero diferente; fue entonces cuando me resigné a que aquél desconocido revoloteara sobre mis preciadas hebras como una polilla de dientes afilados o una mosca sedienta de azúcar. Este nuevo personaje, esta incógnita, se llamaba Agustín.

    Llegué al local con el nerviosismo propio de quien llega a su traqueotomía a pecho abierto y portando la cara de los que enfrentan el patíbulo. Me senté y, mientras leía un pdf sobre "El drama del anciano y la niña", esperé. Llegó mi turno. Me temblaba la pierna. Me dijeron "tranquilo". No me tranquilicé. Comenzaron a preguntarme cosas. Recién ahí me calmé. Jamás me habían halagado tanto el pelo: "¿Éste mechón te lo puedo dejar por un rato más? Lo engancho con un invisible, me dá lástima cortarlo ya," o "tiene un pelo el guacho- dirigiéndose a su
    colega-" y demás exclamaciones del tipo que, aunque por dentro me
    llenaban el pecho de vanidad, por fuera me incomodaban un poco. El corte duró aproximadamente una hora, durante la cual mi nerviosismo fue degradando en sosiego; y mi desconfianza en cierta especie de esperanza.

    Agustín tomó sus instrumentos quirúrgicos y comenzó la operación. Fue
    precavido, detallista y minucioso al máximo. Medía con la vara del peine, fijaba una cresta con gel, pensaba, miraba el diseño en mi tablet, volvía a pensar, dudaba, se animaba a sí mismo diciendo "ya está... ¡Vamos a jugar!", medía mi cráneo como lo haría un frenólogo para determinar la inteligencia, tomaba mate, chusmeaba como todo peluquero que se precie, pero sobre todo, confeccionaba su Arte Capilar. Eso fue lo que me gustó: dedicaba el mismo empeño que yo dedico a ilustrar mis poemas o a escribir, con un entusiasmo perceptible y contagioso. Es una pena que, tan perdido en mi asombro, no noté que se hacía tarde para entrar al trabajo; así que finalmente decidimos terminar el corte al día siguiente.

    Llegué a casa y le mostré el resultado a mi esposa: Quedó encantada. La
    reacción de admiración se multiplicó, por lo que pronto recibí elogios de mis cuñadas, conocidos y compañeros de trabajo quienes, por alguna
    extraña coincidencia, se cortaron el pelo al mismo tiempo. No hubo quién no preguntara: "¿Los obligaron a todos a pelarse?". Más que contento con mi nuevo estilo y cavilando la forma de retribuir tanto esmero, decidí pagar arte con arte y (tras varias horas de revuelo mental) finalmente me vi enfrentado a una hoja A4 escrita con tinta china y en caracteres preciosistas, cuyo encomiástico contenido constaba de la siguiente décima:

    "Son las manos de Agustín
    como duendes con tijera
    que entre danzas hechiceras
    resucitan tu cabello.
    Corte, molde, gel, destellos
    de impecable maestría
    dan al rostro lozanía,
    juventud, vital belleza
    y en el alma la certeza
    de una grata compañía."​

    Como habíamos quedado, al día siguiente fui a terminarme el corte. Esta
    vez no solo la espera fue menor, sino también mi actitud ermitaña. Me senté, hablé y hasta hice un par de chistes. La hoja con mi décima
    estaba en el maletín. Cuando Agustín dijo "listo, te quedó re bien" tenía unos nervios bárbaros; dudaba si entregársela o no. Su colega me cobró, me acerqué a mis cosas y (tomando una honda aspiración, por demás
    exagerada, no sé si creí que estaba en un película o algo) saqué la hoja
    y me volví. "No te lo comenté antes, pero soy escritor..."- le dije. "...y
    como vi el empeño que le pusiste a lo que hacés, decidí escribirte una décima, de artista a artista".

    Terminé de declamar el poema en voz alta y noté dos cosas: la felicidad de mi nuevo peluquero y la mirada desconcertada de sus viejos clientes. No me importó, sentí que necesitaba hacer algo así. Hoy en día pocas personas agradecen los servicios de sus prójimos. Hice algo diferente que realmente valió la pena. El resultado de esta mini aventura fue dejar a una persona orgullosa de su trabajo y a otra a gusto, satisfecho con su alma.



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    Dejá de versearme n°1: "Clasificado":
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    ¡Saludos! :) .
     
    #1
    Última modificación: 28 de Enero de 2017

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