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Dejá de versearme n°5: "Pasear con mi viejo"

Tema en 'Prosa: Generales' comenzado por D. A. Vasquez Rivero., 28 de Enero de 2017. Respuestas: 0 | Visitas: 880

  1. D. A. Vasquez Rivero.

    D. A. Vasquez Rivero. Poeta recién llegado

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    PASEAR CON MI VIEJO
    Por D. A. Vasquez Rivero.

    Cuando tenía doce años leí la primer novela de mi vida: "El mundo perdido", de Sir Arthur Connan Doyle. La misma trataba sobre el descubrimiento de una tierra perdida en el mapa y en el tiempo, infestada de dinosaurios, pantanos y plantas devoradoras. Recuerdo sentarme en el patio de mi colegio a imaginar que usaba los cuellos de los brontosaurios como toboganes de la misma forma que lo haría Pedro Picapiedra o que volaba a lomos de un gigantesco pterodáctilo mientras éste lanzaba olorosos misiles orgánicos a mis enemigos (al Daniel Medina, por ejemplo, que vivía achacándome sus macanas o a la Laura Aguilar, que aunque era poco agraciada me llenaba el pupitre de cartas amorosas). Siempre quise embarcarme en una aventura de semejante magnitud; me emocionaba la sola idea de explorar junglas exóticas usando machetes, linternas, sogas y cantimploras. Por lo tanto, era de esperarse que el día en que mi viejo me invitó a ir de pesca diciendo "mijo, ¿te animás a ir a la isla conmigo?," aceptara su propuesta sin siquiera vacilar.

    La imaginación de un niño puede ser un arma de doble filo; por un lado le permite alejarse de su realidad desabrida llevándolo a ambientes más suculentos, pero por el otro, le termina zampando una cucharada de mayonesa vencida una vez el intrépido explorador retorna al mundo en que habita. El día que recibí aquella propuesta "excitante" terminé frente a un panorama desolador. Básicamente, mi experiencia aventurera podría resumirse en tres palabras: picaduras, hediondez y silencio.

    Seré breve. Para cuando llegué a casa (tipo nueve de la noche) me habían picado las chuzas de los bagres, los mosquitos, los anzuelos, un ortiga desubicada y unas hormigas rojas que irrité al pisarles el hormiguero mientras volvía al auto corriendo en patas. Además, mi nariz había sido obligada a olfatear los pescados muertos a orillas del río, los semi-muertos en el fondo de nuestra canoa y las lombrices lujuriosas que se retorcían sobre sí mismas dentro de su tarrito. Para rematar esta danza de inmundicia maloliente y urticaria, todo sucedía guardando el más sagrado de los silencios: un "¡callate , mijo que asustás a los pescau!" por aquí, otro "shhh, Dieguito," por allá; y de vez en cuando un "quedate quieto, ¿no ves que la canoa hace olas y me espantás a los bichos?". Innecesario sería aclararles que tal cúmulo de impresiones negativas bastó para que me rehusara a acompañarlo en las siguientes expediciones naturistas por el resto de mi vida. "Ya que no te gusta, me voy a conseguir un negrito que me acompañe" espetó mi viejo que, aunque dolido, no se vio amendrentado por mi indiferencia y decidió presentar a su pecoso, raquítico hijo en otro de los emocionantes ámbitos que solía frecuentar.

    Coca en envase de vidrio, maní con cáscara y sandwiches de salame fueron la carnada perfecta para que mi insistente progenitor lograra llevarme sin demasiado esfuerzo al bar de Cacho. Allí debía sentarme quietito sobre un taburete, comer y beber acodado a la barra, mientras el señor disfrutaba timbear con sus amigos. Debo sincerarme, contaba los minutos para irme con el mismo afán con que él contaba las cartas para ganar a la escoba del quince. Afortunadamente, algunas veces se armaban torneos de bochas en el fondo y al menos podía consolarme observando algún anciano medio vizco reventarle la pierna de un bochazo a otro, aunque eran las menos. ¿Qué más podía hacer además de construir castillos con cartas o escupir bolitas de papel con sorbete a los jugadores de taba? Único niño en aquel antro de mala muerte, mi grata compañía estaba compuesta por el borrachín de turno con aliento a Llave, el viejito cuya desdentada boca no paraba de invitar a pelear a cuanto rival le gane jugando al truco en justa ley y el fanático de fútbol sudado que se reventaba los pulmones insultando a jugadores televisados. Ustedes pensarán "qué suerte tiene", sí, la verdad no sabía con cuál quedarme. Tres semanas de sigilosa tortura resultaron en la inclusión del sobrenombre Cacho a mi lista negra.

    Aferrándose como último recurso al refrán "de tal palo tal astilla", creyendo ilusamente que en mis genes ermitaños e intelectuales habría una chispa deportiva, mi viejo me arrastró al Club Defensores de Colón. Decía que me iba a divertir, pero a mí el fútbol me resultaba atractivo solo porque en aquel momento estaban dando la inolvidable serie "Supercampeones" y tenía la esperanza de ver asiáticos volando, prendiendo fuego las pelotas de un puntapié o hablando de costado con el rostro inmutable. Para mi amarga decepción, jamás vi ninguna patada del dragón ni a ningún jugador llamado Oliver ni mucho menos el campo de juego medía setecientos kilómetros de largo. La cancha era y es, eso sí, el lugar donde las personas disconformes con su vida exorcizan la ira sublimándola en gritos hacia el árbitro mientras experimentan el simulacro de una pasión prestada. No tengo nada en contra de ellos, el problema es que el árbitro sea mi viejo. Las radios sintonizando el partido a todo volumen, mi despreciable calidad de simple observador (no podía jugar porque no era socio) y los simpatizantes de ambos equipos acordándose en voz alta de mi abuela formaron la gota que rebalsó el vaso. "Me quedo, tengo tarea," se volvió desde entonces mi frase preferida y el repelente paternal que necesitaba.

    Dejar de lado tanta excursión tuvo consecuencias negativas y positivas. Como aspecto positivo, la soledad y el aburrimiento actuaron de catalizadores para mi talento ya que fue justo ahí cuando comencé a dibujar seriamente. Como aspecto negativo, la reclusión perpetua me convirtió en el extraño ser asocial que ahora soy, no salía más a hacer deportes, ni a jugar, ni a colgarme de colectivos en movimiento mientras pedaleaba mi bicicleta. Mi viejo, por su parte, siguió y aún sigue yendo a pescar, a los bares y a la cancha, aunque un día de estos voy a invitarlo a escucharme declamar poesía, tocar la guitarra eléctrica o mirar documentales sobre arte... Vamos a ver si no es él el que ésta vez me responde con un "me quedo, mijo, tengo tarea."




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    #1
    Última modificación: 15 de Febrero de 2017
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