Una casa en Souraide

Hay una casa en Souraide,
a la que nunca he visto,
y sin embargo, conozco
con la extraña exactitud
que sólo tienen los niños.

Se planta sobre una calle
frente a la iglesia y su coro,
poblado de voces tíbias
que no puedo traducir
pero espantan a mis ogros.

Puedo dibujar, con esmero,
sus puertas y ventanas,
el fogón de la cocina,
los canteros llenos de flores
con aroma de lavanda.

He caminado en sus cuartos,
sin que nadie me invitara.
Me he sentado en sus sillas,
algún seis de enero,
como un Luis, rey de Francia.

De allí salió mi sangre
hacia tierras muy lejanas,
que ahora son mi hogar,
detrás de ese mar azul
que entrelaza nuestras almas.

Esa casa es mía,
como míos son mis sueños.
La infancia en los relatos
de la vida en la montaña
de unos cuántos vascos buenos.

Quiera Dios, en mi hora,
y no lo dude nadie,
vea a mi hijo en el Cielo,
a mi bosque en el Sur
y a esa casa en Souraide.

 

Souraide es la aldea de los Bajos Pirineos franceses desde donde vino mi bisabuelo materno con dos de sus hermanos. No llegué a conocerlo personalmente pero mi abuelo y mi tía abuela me colmaron de relatos de su padre y aquél lugar mágico. Con el tiempo y los milagros de la tecnología, encontré el lugar con exactitud, ignoro hasta hoy si esa casa está aún en pie. Pero realmente es tan sólida su construcción en mi corazón, que no me importa.
Un beso para ti.

 

Bella poesía maravillosa, conmovedores versos. Abrazos.

 

Si te conmueven, lo maravilloso está cumplido. Grácias por leerme.
Un abrazo.